Al fin y al cabo solo hay dos posibles actitudes que los cristianos pueden adoptar hacia el mundo. Una es escapar la otra es involucrarse. “Escapar” quiere decir dar la espalda al mundo en actitud de rechazo, lavar nuestras manos (aunque descubriremos como Poncio Pilato que lavar las manos no elimina la responsabilidad) y endurecer nuestros corazones contra los agonizantes gritos del mundo buscando ayuda. En contraste “involucrarse quiere decir dar una vuelta para mirar el mundo con compasión, ensuciar y lastimar nuestras manos en el servicio y sentir en nuestro interior el amor incontenible y conmovedor de Dios.
La iglesia debe tratar de ser la consciencia de la nación. Si no podemos imponer la voluntad de Dios por una ley, tampoco podemos convencer a la gente tan solo con citas bíblicas. Estas dos formas son ejemplos de “autoridad de arriba”, que hace que la gente lo tomo a mal y se resista. Más efectiva es la “autoridad de abajo”, la verdad intrínseca y el valor que es obvio y por eso no hay necesidad de debatirlos.
En el evangelismo no debemos de tratar de forzar a la gente a creer el evangelio, ni tampoco permanecer en silencio como si estuviéramos indiferentes a su respuesta, ni depender exclusivamente de la proclamación dogmática de versículos bíblicos (aunque la exposición bíblica con autoridad es vital), por el contrario, como los apóstoles, debemos razonar con la gente utilizando tanto la naturaleza como las Escrituras, recomendándoles el evangelio de Dios con argumentos racionales.
Los problemas que los cristianos enfrentamos hoy, John Stott; pág. 24,77
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